Por Angel Matos | Walter Morciglio
Bajo el sol urbano, en la falda de la costa del Viejo San Juan, el pasado domingo 31 de agosto, la música de veinticuatro de los mejores cantautores puertorriqueños tomó por asalto con sus letras e interpretaciones la bahía de San Juan en Bahía Urbana. A media tarde, mientras un pequeño velero con una bandera de Puerto Rico y una vela con una pintura de la cara de Oscar López surcaba la bahía, la voz de Dean Andrew, aka, BiggaDemus, con su reague abrió una jornada musical que se extendería por 12 horas de pura intensidad. Poco a poco el área verde se fue llenando de gente en sus sillas o mantas retando el sol caliente.
Seguido Iguana hizo lo suyo con sus voces llenas de carisma. Hermes y Ale Croatto le siguieron interpretando canciones de Tony Croatto y cerrando su participación con una original de ellos montando al público en un viaje en el tiempo y poniendo la gente a suspirar y bailar. Con su particular energía y sus letras que utiliza la ironía y sarcasmo desnudando la falsa sociedad, hizo de las suyas los Niños Estelares. Con su hermosa panza a una semana de dar a luz su primer bebé, con su sonrisa, su hermosa voz, Tisuby hizo un viaje de música latinoamericana terminando con uno de sus éxitos.
En contraste con esa ternura, subió lleno de energía y rock and roll, Rubén Emmanuelli y su banda. Con esa intensa en energía ecendida, Los Petardos saltaron a escena con su particular sonido y sus letras llenas de historias y texturas en sus ritmos. Con el público ya llenando la Bahía Urbana, con el sol cayendo, subió Laureano y Rodríguez, que con un despliegue de sus talentos en la guitarra y con sus canciones, pusieron al público a sentir; además de la canción de Fiel a la Vega que interpretaron junto con Tito Auger y que puso al público a aplaudir con gran entrega.
Con otra vibra y su gran energía, tomó tarima Cheryl quien se adueñó del público con su voz y lo vibrante de sus canciones. Con su sonido tatuado en el alma del pueblo puertorriqueño, Roy Brown interpretó sus canciones intercaladas con historias poniendo a la gente a suspirar y cantar. Con su dinamismo, Alex Manuel se entregó al público teniendo de invitado un joven guitarrista de 16 años y cerrando su participación cantando “Verde Luz” Antonio Cabán, El Topo, junto a Tito Auger.
Con sus pedales que son como portales a otros mundos en sonidos, Fernandito Ferrer demostró que es un pequeño gigante haciendo esa música que nos tiene acostumbrado y tan de él. En ese viaje místico, Fofé y los Fetiches hizo un despliegue de su performance, su voz, su forma de interpretar canciones en la cual incluyó “Olas y arena” de Sylvia Rexach. Con la tarima llena de energía, Viva Nativa subió llenando con su sonido en acústico cada rincón de aquel lugar y poniendo el público a bailar y cantar sus canciones clásicas hasta el punto que, cuando se despidieron, tuvieron que volver para interpretar otro de sus éxitos.
Llenos de rock, Nutopía puso su público a gozar interpretando sus canciones llenas de historias. Entre luces, con la brisa soplando, Mijo de la Palma en su fusión de trova puertorriqueña con la cubana y el toque de la poesía de Keidany Acevedo, René Pérez y Hermes Ayala, robaron el corazón de la gente poniendo a muchos a bailar. Seguido, al ritmo a dúo de cajones musicales, sonando a pura vibración, el dúo de chicas de Unna tomó el escenario a lo cual, luego de ese espectáculo de percusión, procedieron a cantar con su particular energía y estilo, varias de sus canciones las cuales gustaron mucho.
Aún con el público vibrando, subió a tarima Millo Torres con su guitarra y acompañado de un bajista; así, como pocas veces lo hace, pero con esa pasión tan de él, su ritmo inigualable que lleva su firma, interpretó, entregado a la noche y al público, varios de sus éxitos que aun siendo acústico, pusieron a bailar y cantar a la gente. Le siguió con su gran voz, su paz, su talento con la guitarra, Ignacio Peña, quien movió el corazón de sus seguidores.
Con ritmo de rock místico, Índigo cantó y con su estilo creó un ambiente muy rico que se sumó perfectamente a la vibra que ya existía ganándose un gran aplauso al final de su participación. Con su gran voz, retomando el mistisismo de la banda anterior, Eduardo Alegría aka Alegría Rampante, hizo alarde de su potente voz, lo sublime de la letra de sus canciones, y su dominio escénico.
Al ritmo de sus guitarras y el bajo, poniendo al público todo de pie, la Banda Rodante Acústica se adueñó de esa hora pasada la medianoche; en las guitarras y voces que se conectaban y conversaban desde el estilo de cada uno (Rucco Gandía, Walter Morciglio, Tito Auger, Nore Feliciano y Mikie Rivera) quienes cantaron varias canciones en un despliegue de talento, pasión y entrega. Así llegó el final de la noche la cual estuvo a cargo de la potente voz, sus canciones llenas de ironía y pasión, el romanticismo, la picardía de Glen Monroig el cual puso a volar entre historias a la gente, que 12 horas después, cerraba una velada infinita e intensa.
Así, a la orilla de la histórica bahía, se reescribió una nueva historia de la música y de la cultura puertorriqueña. Los cañones que sonaron alguna vez, fueron remplazados por instrumentos musicales y voces que reclamaban paz, unidad, la esencia de lo que somos como pueblo, la grandeza de lo que podemos ser cuando nos lo proponemos. En la tarima, el público pudo apreciar en un mismo día una muestra bastante completa del nuevo espectro de la música puertorriqueña. Detrás de la misma, músicos se abrazaban, recordaban otros eventos, se presentaban unos a otros con los que no se conocían y reinaba la amistad, el respeto, el gusto y adrenalina por sentirse parte de la historia que allí se escribía, el orgullo de ser puertorriqueños.
Frente a la tarima, un pueblo unido apoyó los nuestros; rostros de satisfacción que habían vencido el candente sol urbano, la brisa, la amenaza de cierta lluvia, el tiempo sentados y bailando; gente que vivió, sintió y que ya nunca más volverá a ser igual. Festival Todo Acústico terminó, pero aún sigue sonando en la historia, en el corazón de todo el que llegó, en las olas de una bahía que nunca deja de chocar contra la costa.